Entre Kafka y Deleuze:
En la madriguera de la literatura y la filosofía
«Somos lo que hemos leído, o seremos, por el contrario, la ausencia que los libros han dejado en nuestras vidas».
Tomás Eloy Martínez
La imposibilidad de escribir
La imposibilidad de escribir, pasa por la imposibilidad de decir algo que paradójicamente ya se ha comunicado. Entonces, ¿se puede comunicar lo incomunicable?, ¿cuál es el idioma, el lenguaje o el arte que permite trazar ese puente?, ¿quién lo recorre, el lector, el escritor, tal vez el artista del hambre?, ¿cómo puede Kafka esconder una literatura tan clara con temáticas tan oscuras?, ¿lo realiza a través de la literatura o de la filosofía?, ¿cuáles son las conexiones y disidencias entre ambas disciplinas? La imposibilidad se da cuando con un sólo movimiento hace que lo verosímil sea también inverosímil. Pero, ¿cómo consigue el efecto ambivalente? Para acercarnos a ello es necesario leer, releer y analizar los minúsculos gestos, la sutilidad de los movimientos y las palabras justas empleadas de forma precisa.
Quizá la única forma para entrever el doble movimiento sea asomarnos por las puertas de la Ley, a pesar de conocer la imposibilidad de dicha acción. Por suerte la ficción nos lo permite, quizá eso es lo que quiso decir Foucault en El pensamiento del afuera cuando escribía —pensando en la ficción— la importancia de ver “hasta qué punto es invisible la invisibilidad de lo visible” (Foucault, 1997, p.13). Es posible que Samuel Beckett escribiese Esperando a Godot habiendo esperado eternamente a alguien, sin que este apareciese finalmente. Sin embargo, en la obra de teatro, Beckett crea la figura de Godot sin la necesidad de hacerlo presente, sin tener que mostrarlo al descubierto en escena. Esa cobertura, encubrimiento o envoltura es propio de los personajes de Kafka, un ejemplo de ello lo encontramos en Odradek.
Un personaje que está sin estar estando, puesto que en Las preocupaciones de un padre de familia, relata cómo tras intentar comprender el origen del nombre, nadie puede descifrar su significado. Y es la preocupación por desentrañarlo la que presupone la existencia real del personaje. El cual es hasta cierto punto indescriptible, porque los adjetivos calificativos con los que Kafka lo describe, nos invitan a pensar en un ser rizomático. Sin comienzo ni final, de ahí que mencione la palabra movedizo. Tan movedizo como escurridizo porque tampoco se deja atrapar. Podríamos pensar que en cierta medida está jugando al escondite.
Quizá ese sea el motivo por el que habite en lugares intermedios, asintáticos si lo decimos con Deleuze. Puesto que la buhardilla, las escaleras, los pasillos o el vestíbulo no dejan de ser lugares que enlazan un punto de la casa con otro, una imagen muy similar a la madriguera. Sin embargo, si preguntamos a Odradek por su paraje nos responderá que no tiene un territorio fijo, y lo dirá entre risas. Risas que por momentos imposibilitan el habla, y con ella la producción de palabras. La carcajada puede parecer un gesto absurdo, disparatado y hasta caricaturesco. Pero también se puede considerar como una zona muda de la literatura, relacionada íntimamente con la falta de causas.
Y justamente esa ausencia de causas origina lo absurdo, ya que lo absurdo lo es o bien porque no tiene causa o porque la causa es absurda. Es la desconexión entre causa y efecto la que favorece la escritura desterritorializada. Desterritorialización causada por una literatura menor. Una de las consecuencias principales de esta, es ver como
«el idioma se ve afectado por un fuerte coeficiente de desterritorialización, Kafka define de esta manera el callejón sin salida que impide a los judíos el acceso a la escritura y que hace de su literatura algo imposible: imposibilidad de no escribir, imposibilidad de escribir en alemán, imposibilidad de escribir de cualquier otra manera. Imposibilidad de no escribir, porque la conciencia nacional, insegura u oprimida, pasa necesariamente por la literatura» (Deleuze, Guattari, 1978, p.28).
De ahí que la literatura de Kafka sea similar a la mudanza, siendo esta un proceso de habitar deshabitándose. Se encuentra con que no puede escribir en la lengua de su territorio, y al mismo tiempo con que el territorio tampoco puede hablar su lengua. Porque la literatura menor rompe la relación entre la lengua y el territorio. Es decir, el problema de la literatura menor es la representación, la forma de expresar las cosas. Siendo al mismo tiempo un problema procedimental, ya que lo que importa es el cómo se expresan las cosas y no tanto lo que se diga con ellas. Esto nos conduce directamente a la segunda característica de la literatura menor, y es que esta es política, por el hecho de que todo lo individual es político.
Kafka dibuja una micropolítica donde el poder es desmontable, dado que sus palabras son laboratorios que se conectan entre sí. En definitiva, lo que le interesa es encaminarse hacía lo verosímil, no porque sea cierto, sino porque los personajes lo asumen como la realidad de las cosas. Es posible que fuese un escritor político por ser un burócrata que por las noches se dedicaba al nomadismo de las palabras. Tal vez por eso presente la cosa desnuda de la lengua, la palabra repetida que termina por perder su significado, desgantándose por arrastrarla durante tanto tiempo. Ya que “el límite no está afuera del lenguaje, sino que es su afuera: se compone de visiones y de audiciones no lingüísticas, pero que sólo el lenguaje hace posibles” (Deleuze, 1996, p.3). Una de ellas se expresa cuando describe la risa de Odradek, risa “como la que uno podría producir sin pulmones” (Kafka, 1983, p.1680).
La imposibilidad de llegar a los sitios constituye lo kafkiano, porque este no podía escribir. Querer escribir y no poder. En esa oscilación permanente, en ese “entre” se encuentra el escritor de Praga. Porque “a partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar” (Kafka, 1983, p.2899). Ese ida y vuelta genera la confusión que desdibuja el lenguaje. Lector y personaje se dan la mano para llegar a la tercera característica de la literatura menor, la cual se resume en el carácter colectivo de esta. Pero, ¿se puede hablar de un diálogo colectivo Ante la Ley?, ¿o a caso hay que hablar “a” la Ley?, ¿o quizá haya que expresarse “en” la Ley? Sea como sea, es necesario escuchar el diálogo —en caso de que sea posible— entre el guardián y el hombre. Para ver si la imposibilidad de escribir se traduce en la apertura, o si por el contrario, no deja de ser un recordatorio para cerrar las puertas de la Ley.
Un mundo de posibilidades imposibilitantes
«Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído».
Jorge Luis Borges
Puertas que están abiertas de par en par, puesto que resulta imposible cerrarlas, tanto como la imposibilidad de atravesarlas. Esta paradoja está presente en Antígona, cuando al comienzo de la obra se encuentra en un atopos, un no lugar ubicado en las puertas del castillo —ni dentro del mismo, ni en la ciudad—, es decir, en el intersticio. En un lugar compartido entre las luces y las sombras. Al igual que la escritura de Kafka, deslumbrante. Provocando una ceguera por exceso de lucidez. Entonces, y recuperando la pregunta expuesta con anterioridad, ¿cómo puede Kafka esconder una literatura tan clara con temáticas tan oscuras? Tal vez Deleuze alumbre el camino cuando describe como
«En toda la obra de Kafka la música organizada es atravesada por una línea de abolición, como el lenguaje comprensible es atravesado por una línea de fuga, para liberar una materia viva expresiva que habla por sí misma y ya no tiene necesidad de estar formada. Este lenguaje arrancado al sentido, conquistado al sentido, que realiza una neutralización activa del sentido, ya no encuentra su dirección sino en un acento de la palabra, una inflexión» (Deleuze, Guattari, 1978, p.35).
Quizá ese sea el motivo por el que habite en lugares intermedios, asintáticos si lo decimos con Deleuze. Puesto que la buhardilla, las escaleras, los pasillos o el vestíbulo no dejan de ser lugares que enlazan un punto de la casa con otro, una imagen muy similar a la madriguera. Sin embargo, si preguntamos a Odradek por su paraje nos responderá que no tiene un territorio fijo, y lo dirá entre risas. Risas que por momentos imposibilitan el habla, y con ella la producción de palabras. La carcajada puede parecer un gesto absurdo, disparatado y hasta caricaturesco. Pero también se puede considerar como una zona muda de la literatura, relacionada íntimamente con la falta de causas. Siendo un trampantojo más envuelto por las palabras de Kafka. Pero, ¿cuál es el idioma, el lenguaje o el arte que permite trazar ese puente? Quizá hay que “escribir como un perro que escarba su hoyo, una rata que hace su madriguera. Para eso: encontrar su propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo, su propio desierto” (Deleuze, Guattari, 1978, p.31). Tal vez sea esa la única forma de escribir El artista del hambre, comprender que “hablar, y sobre todo escribir, es ayunar” (Deleuze, Guattari, 1978, p.33). Al artista del hambre le hubiese gustado encontrar un alimento de su agrado, al igual que hubiese sido satisfactoria la ayuda que el hombre solicitó a las pulgas, seres minúsculos casi inexistentes.
Finalmente el hombre recurre a los gestos, se comunica a través de señas porque ante la ley no hay palabras, sino mandatos. Mandatos que hacen callar, para pasar de la comunicación al silencio. Tratando de comunicarse a través de gestos invisibles que no dejan ni huella, ni rastro. Dejando enmudecido a todo rostro que se arrastra. Porque no nos engañemos,
«Uno puede con toda certeza escribir sin preguntarse por qué escribe. ¿Tiene un escritor, que mira cómo su pluma traza letras, el derecho de dejarla en suspenso para decirle: ¡Detente! qué sabes de ti misma?, ¿con miras a qué avanzas?, ¿por qué no ves que tu tinta no deja huellas, que te adelantas libremente, pero en el vacío, que si no encuentras obstáculo es porque nunca has abandonado tu punto de partida? Y sin embargo escribes: escribes sin descanso, descubriéndome lo que te dicto y revelándome lo que sé; los demás, al leer, te enriquecen con lo que te adquieren y te dan lo que les enseñas. Ahora, lo que no has hecho, lo has hecho; lo que no has escrito está escrito: estás condenada a lo indeleble» (Blanchot, 2007, p.271).