La penuria del Código Penal:
Las estructuras encadenadas
De dónde viene y a dónde va Rita Segato
En la primera intervención del Fedro Sócrates pregunta sabiamente a este, ¿de dónde vienes y a dónde vas? La respuesta posterior desvela con quién ha estado y muestra el lugar al que irá a continuación. La literalidad del interlocutor revela la direccionalidad del tiempo y el espacio que ha ocupado, pero ¿realmente se estaba preguntando por ello o más bien era una pregunta con el fin de conocerse a sí mismo? Nunca llegaremos a responder de forma correcta, pero siempre podremos tratar de mirar las posibles respuestas que se desprenden de ella. Al igual que la mirada de Rita Segato en Las estructuras elementales de la violencia, para reflexionar y ver— fuera de los marcos que enmarcan una violencia que reconocemos y desconocemos al mismo tiempo por estar inscrita bajo un manto de nubes que empañan— el horizonte.
Rita Segato es conocida por ser una antropóloga y activista feminista con una lectura crítica y extensa de la violencia de género e indudablemente del género. Su posicionamiento es de especial interés filosófico, pero sería un gran error hablar de un único campo de estudio. Lo propio es mencionar cómo sus obras en general y Las estructuras elementales de la violencia en particular, son fruto de un análisis amplio que une y vincula disciplinas como la sociología, la antropología, la psicología, el derecho, la medicina, la historia, la etnografía y la etiología, reuniendo así los ingredientes para
«señalar la necesidad de caminar equilibradamente entre una reflexión teórica sin concesiones y la imaginación transformadora dirigida hacía el propósito de pensar salidas y estrategias para desgastar y perturbar las estructuras productoras y multiplicadoras de violencia, en especial el universo del género como prototipo y paradigma de la sociedad violenta» (Segato, 2003, p. 258).
La penuria del Código Penal
El título de la obra muestra una gran complejidad, pues a pesar de que la palabra violación este a la orden del día, no hay un acuerdo común que la describa, cataloge y acoja. De ahí que cojee —si se permite la expresión— y sea un arma de doble filo. Porque si bien la dificultad para determinar puede ampliar el lenguaje y con ello el imaginario colectivo, seguiriamos hablando de la violación desde el Código Penal. Y es ese desde, —a pesar de que a primera vista pueda parecer correcto y conveniente como punto de partida— un lugar de enunciación del que Rita Segato advierte, teniendo en mente la definición dada en el Código Penal de Brasil donde la violación se presenta como
«un delito de acción privada y la encuadra en el artículo 213 (leyes 8069/90,8072/90 y 8930/94); se la considera -de manera muy significativa, como demostraré- un delito contra las costumbres y no contra las personas. Está restringida al sexo vaginal entre un hombre y una mujer, contra la voluntad de ésta, concretado debido al uso de la violencia o una grave amenaza. En esta legislación, por lo tanto, sólo hay violación cuando hay penetración del pene en la vagina» (Segato, 2003, p. 21).
Esta encarnación de la ley, muestra las sombras en las que posteriormente Segato focalizará su análisis para proponer una nueva definición en la que la violación se caracterice como
«el uso y abuso del cuerpo del otro, sin que éste participe con intención o voluntad comparables» (Segato, 2003, p. 22).
Aquí se deja entrever cuáles eran los aspectos de la definición de dicho código penal que le parecían insuficientes y equívocos. En primer lugar, la referencia al espacio de violación, situado en una área privada, presuponiendo —erróneamente— como único punto de uso y abuso posible —siendo un enunciado privativo y abusivo—. Si continuamos, encontramos como epicentro las costumbres, desplazando al sujeto a un segundo plano difícilmente reconocible. Habiendo sido invisibilizado hasta desdibujarse por completo. Posteriormente se menciona una doble restricción, la que establece únicamente al sexo vaginal —obviando y omitiendo otro tipo de prácticas— y la que se da entre un hombre y una mujer —que responden al modelo heteronormativo excluyente—. Si seguimos leyendo veremos la alusión a la violencia y la amenaza —dejando de lado otros tipos de violencia— sin embargo, la Guia dos Direitos da Mulher del 1994 describe como
«La violencia puede ser: física, cuando el violador emplea la fuerza física para dominar a la mujer y someterla a una relación sexual; psicológica, cuando el violador provoca miedo o pánico en la víctima y ésta queda inerte, sin posibilidades de reaccionar, [o] con amenaza, cuando el violador amenaza causar algún mal a la mujer o a otra persona de su interés» (Segato, 2003, p. 92).
De ahí la importancia de mirar el horizonte, para no perder de vista lo que no está a simple vista. Para comprender las múltiples posibilidades que hay que tener presentes para mirar hacía un futuro y no repetir el pasado. Con esto en mente es como Segato se encamina hacía la violación cruenta, siendo esta el
«tipo de delito con menor representación cuantitativa entre las formas de violencia sexual» (Segato, 2003, p. 22).
Pero, ¿por qué pararse en un delito menos representativo que otros? Precisamente para comprender la violencia en relación y conexión a los vértices que aparentemente las separan. De ahí que la filósofa se entrecruce con las declaraciones de violadores, para indagar en sus motivaciones y comenzar su análisis haciendo referencia al “sujeto masculino” en oposición a “un sujeto con significantes femeninos” desprendiéndose de las categorías “hombre” y “mujer” y escuchando los engranajes
«de una estructura sin sujeto, una estructura en la cual la posibilidad de consumir el ser del otro a través del usufructo de su cuerpo es la caución o el horizonte que, en definitiva, posibilita todo valor o significación. De improviso, un acto violento sin sentido atraviesa a un sujeto y sale a la superficie de la vida social como revelación de una latencia, una tensión que late en el sustrato de la ordenación jerárquica de la sociedad» (Segato, 2003, p. 23).
Quizá al leer estas palabras, las preguntas que saldrían a la superficie se parecerían a estas; ¿Cómo podemos llegar a escuchar ese latido inminente para prevenirlo?, ¿Acaso se puede prevenir algo que no se puede escuchar más que como un eco social o como un balbuceo irrefrenable hasta la fecha?, ¿El sistema jurídico ayuda o revictimiza constantemente al olvidar tanto el origen como la causa de la violencia? Para responder a estas preguntas, Rita Segato realiza un análisis desde un prisma sociológico. Mirando a través de la historia y contemplando su paisaje etnográfico, afirmando la universalidad de la violación en todas las sociedades. En algunos casos siendo un acto punitivo, en la medida en la que hacen referencia a la vestimenta adecuada. Donde la adecuación es la norma que rige y dirige la mirada, utilizando la violencia cuando se sale de las fronteras establecidas. En otras ocasiones, la violación es una práctica que no tiene consecuencias, por estar dentro del marco de lo que está permitido.
¿La psicología necesita terapia?
Una vez realizado este análisis, la antropóloga mira de reojo La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica escrita por Walter Benjamin para aflorar el concepto del “inconsciente óptico" y ver hasta qué punto cobra importancia el papel de la representación de la fantasía. Porque el límite entre este último y la realidad, advierte, es muy fino. Y la materialización de acciones que únicamente están en el paisaje mental son fácilmente reproducibles, a pesar de que no sepamos hasta qué punto operan como activadores y en qué momento pasan de ser representaciones mentales a desatarse como actos cruentos o violaciones.
Rita Segato menciona dos conceptos que están íntimamente relacionados por estar dentro de un mapa ocupando un lugar central. En primer plano está la violación, a la que le atribuira una dimensión intersubjetiva porque
«La galería de “acompañantes” o interlocutores en la sombra que participan de ese acto se incorpora a la vida del sujeto desde un primer momento y a partir de allí siempre es confirmada» (Segato, 2003, p. 36).
A su lado está el violador, quien describe y examina
«La experiencia de una falta de autonomía que lo deja perplejo; los otros dentro de su conciencia, hablan a veces más alto que su razón propiamente subjetiva» (Segato, 2003, p. 36).
¿Un vértice horizontal o un horizonte de vértigo?
Dos tesis son las que muestran el recorrido que Rita Segato hace a través de la obra. En primer lugar, un modelo que destape la etiología de la violencia. Y por otro lado, las propuestas estratégicas para borrar del mapa “la prehistoria patriarcal”. Para ello hace dos trazos, uno vertical y otro horizontal. El eje horizontal es el que presupone la igualdad de todas las personas independientemente de su género, raza, clase, nación, etc. —presuposición que como la propia palabra indica no se cumple. Siendo dicha igualdad ilusoria de no ser de que neguemos la realidad actual en la que habitamos y vivimos—. Dejando entrever el eje vertical, a través del cual se vertebra y revela como
«Esta doble inserción produce una inestabilidad en el sistema y es lo que hace que el mismo no se reproduzca por inercia, mecánicamente, a pesar de que la representación dominante, es decir, la ideología con que operan en él los actores, los induzca a creer que su reproducción es obra de la naturaleza, de una programación inescapable -muchas veces descripta por el sentido común como obra de la biología, o de la cultura, donde la cultura significa nada más y nada menos que segunda biología, biología sustituta-. La ausencia real de esas determinaciones hace que el sistema dependa, intermitentemente, de la voluntad efectiva de dominación del hombre, que recurre cíclicamente a la violencia psicológica, sexual o física para restaurar esta "segunda naturaleza", reciclando el orden y realimentando el poderoso estereotipo. Ésta es la razón, también, que hace que la violencia moral sea el telón de fondo y horizonte permanente de la reproducción del orden de estatus» (Segato, 2003, p. 257).
Es por ello por lo que después de haber leído el texto no puedo seguir escribiendo sin cuestionar la realidad social, los comportamientos del día a día y el porqué de estos. Los actos reflejan el lugar del espejo al que miramos, condicionan la luz que está nos devuelve —a pesar de que por lo general haya una justificación tanto interna como externa de argumentar que somos un reflejo de la sociedad y que reproducimos aquello que se nos muestra una y otra vez—. Y sin desmerecer o ridiculizar este mensaje, es oportuno hablar de la noción del narcisismo, una patología muy marcada, de la cual Rita Segato habla.
Quizá sea conveniente recordar el mito de Narciso y ver en él —sin llegarnos a caer en el río—, un trágico final. Narciso termina ahogándose por aproximarse a su propio reflejo, algo ilusorio y fantasmagórico que le condujo a la muerte. A pesar de ser una ilusión la muerte llamó a la puerta.
Si el horizonte da vértigo es porque hay personas con privilegios. Privilegios que tienen que ver con el lugar que ocupan en el mundo, y en consecuencia, con el poder y el deseo de seguir favoreciendo a estos. El horizonte lo trazamos todas las personas que caminamos hacía el, y lo propio sería seguir ese sendero, un sendero horizontal.
Referencias bibliográficas:
- Segato, R. (2003), Las estructuras elementales de la violencia. Universidad Nacional de Quilmes. Buenos Aires.